A L G O P A R A E M P E Z A R
(Prólogo a Fragmentarios Complementales de Segundo Antares)
CÉSAR CUADRA
Sin duda la entrada en este tercer milenio se hace de la mano de una
larga y problemática lista de acontecimientos. El nuevo contexto
ecológico y tecnológico, la sociedad de consumo y la cultura de masas
definen el escenario irrevocablemente. Esto explica la proliferación de
voces y registros estéticos, como también el resquebrajamiento de la
imagen que el modernismo literario nos había legado en voces líricas tan
potentes como desmesuradas para una época como la nuestra. La escena
cultural actual se nos anuncia, en cambio, de un modo oblicuo, pues su
propio desarrollo va deshaciendo una a una las bases de nuestro
histórico campo de certezas y seguridades (las mismas que nos han
llevado al actual desastre ecológico). Este proceso cultural es conocido
como postmodernismo y será por tanto inevitablemente crítico del pasado (de ahí el “post”) y se lo asocia fundamentalmente con la crisis de
nuestro tiempo y su cartografía, por lo mismo, se vuelve especialmente
contradictorio y complejo. Esto explica la dificultad para apreciar el
juego que instala esta nueva identidad cultural pues no niega lo anterior, ni tampoco lo rechaza: se nutre de él reescribiéndolo, es decir, repite y excede y de ese modo deshace revolucionariamente
su campo de inmanencia. Ahora bien, las obras posmodernas ya no se
dejan medir por los criterios esteticistas del pasado: ya no estamos
frente a un estilo particular, ni a un conjunto de técnicas preestablecidas o a un método de
trabajo específico (como los programas vanguardistas o los “realismos
socialistas”, por ejemplo). Nada de eso. Aquí estamos frente a un
eclecticismo radical donde la heterogeneidad y las diferencias instalan
un reinado que va más allá del mero hecho estético. Porque hablar de postmodernismo
es hablar de una CATEGORÍA CULTURAL más que estética: en ella habitan
ahora legítimamente todos los estilos y todos los géneros, pueden
flamear todas las banderas: es el nuevo hábitat de este milenio
tecnocientífico y pragmático donde la tiranía elitista del esteticismo
metafísico ha perdido su hegemonía homogenizadora. Postmodernismo es,
en definitiva, el nombre con el que diseminadamente se despliegan las
luces y sombras en la geografía simbólica de nuestro tiempo.
La aparición de Fragmentarios Complementales,
ópera prima de Segundo Antares, nos instala de golpe en este escenario
de resquebrajamiento del mundo esteticista del modernismo heredado. Más
allá del juego que promueve con la “complementaridad” de sus “framentos
mentales” resulta evidente a lo largo de todo su texto cómo la mismísima noción de poema se
vuelve problemática y esquiva en su enunciación. Sobre esto baste
reconocer su clara disposición ante lo que él mismo titula en su primer
texto como “Prolepílogo” e inversamente con el cierre del libro con su “Epiprólogo”.
Esto ya nos anuncia un importante grado de conciencia sobre su trabajo
escritural. Como se ve, Antares se ha instalado críticamente en su
relación con la tradición modernista y su fetichismo estético.
El libro está compuesto por cuatro secciones que buscan trabajar
silenciosa y subrepticiamente a modo de una matemática secreta. Los
textos se hacen guiños internamente, pero siempre con la complicidad del
lector. Este rasgo junto al uso de los recursos de la oralidad y su
distancia de la estética del dolor lo instala definitivamente
en la atmósfera comunicativa que define la producción cultural de
nuestro tiempo. Pero si la necesidad de comunicación define el marco en
el que operan estos fragmentos mentales será la diversidad
de juegos de lenguaje lo que dé el sello a su puesta en escena. El libro
es un auténtico mosaico de juegos que desde diferentes ángulos
–chistes, acertijos, ecuaciones, comentarios, hasta una poesía gráfica,
visual, y naturalmente, tradicional– donde se afirman los
viejos tópicos de la poesía: el paso del tiempo, la muerte, el amor,
dios, etc. Así se puede leer cómo Antares trabaja desde el mismo suelo
metafísico los misterios que lo desvelan, como el de la verdad (que él
escribe en mayúsculas) cuando en “Amnios” dice “La Verdad me moja /
siento el calor de su revelación, / conozco el Por Qué del Universo / y
soy portador / del secreto de su engranaje (…) Mi llanto reverbera en el silencio / mientras una hilera de misterios / desfila hacia mi encuentro”.
Pero si la tradición y la convención poética ahogan el espíritu del
poeta, éste intentará otra salida: de aquí que esta poesía deba ser leída en
clave de humor en largos pasajes del libro, a lo que debemos agregar
que ese humor está profundamente anclado en el trascendentalismo
metafísico. Esto es algo que sin duda lo hermana a esa poderosa
tradición que nace en nuestras letras con el creacionismo huidobriano.
Antares no sólo no intenta ocultamiento alguno sino que deja huellas
explícitas de ese referente, como en el texto “Music” o en “Creo creer
crear creer” donde señala “creo creer creer / que creo creer crear /
Mis convicciones no me convencen (…) Quiero crear creer / armado de un
lápiz poseído/ que abandona letras/ en un papeligroso acto / de creer y
crear / crear y creer / creer y crear”. De hecho, si hubiese que
mostrar en qué punto la poética de Antares alcanza su punto
paradigmático quizás éste sea en texto cuya potencia y juego alcanzan
mejor que en ningún otro su eficacia. Se trata de un texto donde
ciertamente el Altazor huidobriano se deja sentir en una retórica onomatopéyicamente creacionista titulado “Palabracadabra”: “Palabras
paladas / palabras palmadas / palabras palabrumadoras / palabrazos
palabrigos / Quiero palabrear palabrir / como un palabrelatas mágico /
el envase vacío / que el vacío selló al vacío… / aquella nota musical /
enlatada en el nombre de Dios… / Quiero leer cada una de sus letras / y
polinizarlas en el alma. / Podré darte mi palabra / sin que se deshaga
en el aire / como un sonido de papel en llamas / Te doy mi palabra / Lo
juro y lo conjuro.. / ¡Palabracadabra!”
Ciertamente, el registro de Antares es el JUEGO. Y al interior de éste
abunda el juego de palabras, algo que llega a volverse incesante y a
momentos excesivo, lo que sin duda merma a este recurso su potencia
lúdica y policromática, como también su potencia crítica y su eficacia
comunicativa. Este abuso del juego de palabras –a mi parecer, propio
de la juventud del poeta– no le quita el brillo y esplendor a esta
poesía del juego, pues gana en frescura y espontaneidad (algo que la
madurez y el tiempo le ayudarán a capitalizar). Así se aprecia en textos
donde el juego de palabras ha cedido su trono a la imaginería
vanguardista alcanzando notable profundidad y eficacia, como en
“Crónico”: “Mi reloj se gotea… / pierde segundos a cada segundo /
Brota agua de su costado/ como si una lanza invisible/ lo hubiese
atravesado” Es en ese juego donde se desenvuelve y se recubre el
mundo de Antares. No es el juego deconstructivo, por cierto, sino el de
la imaginería vanguardista e incluso, ese que parece provenir
directamente de la metafísica creacionista y de su hermanastra, la greguería, específicamente, la de ese enigmático vanguardista español que fue Ramón Gómez de la Serna. Segundo Antares da muestras en estos Fragmentarios Complementales
no sólo que tiene talento, sino que su poesía además tiene futuro: de
aquí que estos primeros pasos convierten sus frutos en una apuesta
donde sólo la maduración tiene la última palabra.
Santiago, diciembre 2007.